Aclaremos desde el principio que no hay un bueno y un malo, simplemente hay auto conocimiento y sanación pendientes. Sin embargo, qué importante comprender que no es sano superponer mi deseo al del otro porque para jugar al amor es necesario saber contemplar, escuchar, acordar y renunciar.
Si, amar sanamente también implica renuncia. Es saber entender que mi exigencia responde muchas veces a una fantasía infantil de lo que el amor debería ser. En ese juego de muñecas, la expectativa es tan alta que, cuando alguien no encaja en el personaje que le asigno, la decepción y el reclamo son enormes y condenatorios.
Como consecuencia aperece el conflicto, la intolerancia, el muro crece y llega la inevitable desconexión. Renunciar a lo que imagino debería ser para meterme de lleno en la realidad de lo que es y aceptarlo con el corazón abierto a aquello que no soy yo, que me trae lo diferente, lo nuevo, el desafío evolutivo, es un camino de liberación.
Cuando mis necesidades gritan tan alto que avasallan todo a mi al rededor, cuando no sé qué hacer con ellas y las proyecto en la pareja, cuando ando por la vida con una herida sangrante, todo lo que me roce va a doler. Y es en el ámbito de la pareja, ese espacio tan íntimo, donde esa llaga va a arder. El proceso de sanacion comienza por la toma de conciencia. Quitar del otro lo que es mío, responsabilizarme de eso que tanto exijo para poder atenderlo y crecer en el proceso.
Poder discernir entre las necesidades reales e innegociables y las necesidades egoicas y caprichosas. Saber ser permeable a observar lo que el otro también necesita y amar su forma de dar aunque no sea la que yo esperaba. Darme la oportunidad de entregarme con confianza a la creación conjunta, a una totalidad que es mucho mas que la suma de dos partes, y hacer la renuncia a aquello que idealicé para lograr vivir un amor adulto real y sostenible en el tiempo.
Las necesidades dentro de un vínculo se llenan a través de la receptividad, el abrazo y la escucha. Solo así, aunque no me den exactamente lo que quiero cuando yo quiero, voy a poder entender que esa necesidad puede ser satisfecha desde otros lugares y que, si mi necesidad se presenta como una imposición, estoy sofocando al amor.
Sí, mis necesidades son tan importantes como las del otro. Por eso es de sumo valor y madurez aprender a darme lo que necesito sin depender de nada ni nadie externo. Y si lo que necesito debe venir del otro, saber pedir empática y amorosamente, cuidando y celebrando ese hilo que nos une con gratitud y entrega, aceptando lo que surja de esa interacción con amor y compasión.
Observar y reconocer el trasfondo íntimo de mi necesidad, escuchar la voz interna que alimenta la demanda, reflexionar sobre lo que se mueve internamente cuando aparece el NO de la otra parte, sentir en el cuerpo la reacción inconsciente que desata la presencia de un límite y darle luz para ser responsable de elegir dónde deposito mi necesidad y cómo la expreso, es una parte crucial de lo que la maestría de la pareja pone sobre la mesa.
Andar de la mano con la flexibilidad como aliada nos ayuda a entender que lo bello es poder compartir nuestro presente como iguales que se eligen, sin entrar en una lucha de poder para ver quién impone su realidad, sino mas bien, construir una tercera versión donde haya lugar para el florecimiento mutuo.
Saber agradecer y valorar la presencia maestra del otro en nuestra vida y darle el lugar y cuidado que merece, poder dialogar sin reclamar, pedir sin imponer, amar sin depender, compartir aceptando los límites sanos, son algunos de los desafíos más grandes de crecer de a dos.
Entregarnos al amor es un acto de plena confianza en la vida. Por eso, es crucial elegir con honestidad adulta dónde quiero permanecer, y si elijo quedarme, entregarme a explorar el amor desde el diálogo, el cuidado, la compasión, el respeto y la responsabilidad, con la claridad absoluta de que únicamente en esa tierra fértil crece la semilla de la creación conjunta.